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Su pila estaba agotada, sus mecanismos hidráulicos resecos y llenos de telarañas. Ya había estado en servicio y se encontraba todo lo inerte que puede llegar a estarlo una nave..., aunque después de todo y como se deduce de nuestras especulaciones, ese estado es algo más cambiante de lo que resultaría en un ser vivo. La gente (les juro que es la última leyenda pintoresca con que les atormento, así que tengan paciencia) solía creer que cuando activabas el impulsor capellano jamás podía ser desactivado del todo a menos que se estropeara o sucumbiera a la destrucción física. ¿Y dónde estaba yo todos los años de inactividad en que las ardillas se divirtieron correteando por debajo de la vieja y maltrecha Kobold? Bueno, estaba durmiendo.
La nave que llevaba el apellido Liddell era francamente primitiva. Sus líneas no resultaban demasiado elegantes y recuerdo que siempre me pareció demasiado pequeña. La cabina tenía capacidad para dos personas, un piloto y un copiloto, cada uno instalado en la red cero-g del modelo básico. A popa había dos camarotes individuales con un espacio de almacenamiento bastante modesto, una cocina minúscula y una zona de aseo. La nave medía un poquito menos de veintiún metros desde el morro a la cola, y un poquito más de la mitad de esa cifra desde la punta de una aleta rechoncha hasta la punta de otra aleta igualmente rechoncha. Su número de matrícula indicaba que era uno de los primeros modelos de la serie Bergen K, las Kobolds que llevaban casi cincuenta años recorriendo todas las rutas del sistema solar transportando esto aquí y aquello allá.
Había sido construida para durar y para aguantar. Su sección central podía contener hasta 250 metros cúbicos de mercancías o ser sustituida por cualquiera de las diecisiete clases de contenedor existentes. Durante el vuelo sus cuatro extensores de manipulación y sus cuatro unidades de estiba se ocultaban en el espacio existente entre las dos paredes del casco. Contaba con dieciséis reactores de plasma direccionales, cuatro para cada eje, y tres enormes "bocas redondas" fijas. Toda la superficie de la nave estaba cubierta de sensores y sistemas de detección, bastantes más de los que los astilleros Bergen incluían en el modelo normal. Sus sistemas solares también habían sido mejorados, como si quien la adquirió hubiera esperado más de lo previsto por sus diseñadores. Fueran cuales fuesen los problemas que pudiera darle a la última persona que la pilotó, sé que estuvieron originados por las condiciones adversas y esos años en que no había gozado de la atención necesaria y no por algún defecto estructural, y aparte de eso, Tabitha nunca parecía encontrar el tiempo necesario para encargarse del mantenimiento y la puesta a punto tan a fondo como le habría gustado.