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Estaba jadeando, tenía la boca abierta y sus ojos brillaban con una luz salvaje. Tabitha sintió el contacto de sus labios sobre su cabellera. Deslizó la pierna izquierda por debajo de su brazo y pasó la parte interior de su muslo derecho a lo largo de su polla hasta dejarla apoyada en su ingle. Marco le acarició los flancos con aquellas manos tan suaves para las que el manejo del guante no tenía secretos. Tabitha dio un salto mortal sobre su regazo, rebotó en la pared del camarote y volvió lentamente hacia Marco con los pies por delante. Montó a horcajadas sobre él y se pegó lo más posible a su pecho. Los dos empezaron a girar creando una esfera de carne desnuda que se movía sobre el cálido y húmedo centro que compartían. Marco jadeaba y gemía.
Una parte de la mente de Tabitha seguía prestando atención al ronco y lento palpitar de los sistemas y a los zumbidos y crujidos que formaban el eterno telón de fondo de la Alice Liddell cuando viajaba por el espacio. Mantenía el oído lo más aguzado posible para captar un nuevo ruido, ese ruido que había creído oír durante el trayecto desde Chateaubriand, el lento golpeteo irregular de un cristal de eje moviéndose en su cavidad...
Y de pronto oyó un ruido. No era el cristal. Era una armónica que tocaba la canción que le había enseñado su tía Muriel.
Sus pupilas dilatadas por el horror se clavaron en el rostro de Marco.
El ruido se iba acercando por el pasillo. Tabitha se dio cuenta de que no era su armónica. No, aquel ruido era más estridente y vagamente gangoso, y hacía pensar en una cinta muy mal grabada oída a través de un altavoz minúscu!o.
Intentó liberarse del abrazo de Marco y se debatió frenéticamente buscando un punto de sujeción.
El loro de Marco cruzó el umbral trinando alegremente. Tabitha le miró. Tal parecía haberse tragado una armónica.
-Oh, Dios, se ha salido de la caja jadeó. -Supong
que se aburría dijo Marco. -¿Qué
-Ha
que me ardan los labios, cariño -canturreó el loro-. ¡Pon el culo
contra la pared! Tal inclinó la cabeza a un lado y clavó en ellos un maligno ojillo negro,
observándoles con tanta fijeza como si pretendiera atravesarles. Y su pico se abrió dibujando una mueca burlona.