Reconquistar Plenty (Colin Greenland) Libros Clásicos

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Su bandeja-platillo volante emitía un suave zumbido y la corriente de aire que creaba hacía revolotear los cortinajes que iba dejando atrás.
El fuego fatuo de color verde les estaba esperando en el pasillo oscilando lentamente de un lado a otro.
-¿Han observado algún defecto o problema con el equipo? -preguntó la voz del ambiente.
-No, no, todo ha sido realmente magnífico -murmuró Marco en tono reverente.
-El equipo de mantenimiento no debe sufrir ninguna clase de reajuste - dijo el ambiente con lo que a Tabitha le pareció una cierta suspicacia-. La cliente y otros clientes podrían sufrir perturbaciones o sentirse incómodos.
-Está perfectamente dijo Marco-. No la hemos molestado. Ha escuchado una cinta, nada más... Ahora está durmiendo. Déjela descansar durante un ratito, ¿de acuerdo?
-Todos los regalos deben ser examinados y anotados en los registros - insistió el ambiente.
-La señora tiene que hacer una llamada urgente -replicó Marco sin dejarse amilanar-. ¿Puede dejarle usar su teléfono?
-Olvídalo -dijo Tabitha.
No estaba dispuesta a ponerse en contacto con la policía para recordarles que existía hasta no tener dinero con el que pagar la multa. Llegaría tarde. Aquellos lunáticos conseguirían que llegara tarde...
Salieron de Sueño Justo por una puerta situada debajo de la curvatura de la cúpula verde y emergieron a un balcón con forma de losa desde el que se dominaba un precipicio de quinientos metros. Más abajo estaba el abismo, la inmensa y reluciente cicatriz cubierta por capas de matorrales tan enfermizos que parecían costras. Hacia la mitad del precipicio se podían ver unos cuantos cangrejos de hierro que se deslizaban lentamente alrededor de los restos de varios vehículos. Algunos grupos de personas los observaban sin mucho interés desde los balcones de los hoteles. Las bóvedas marrones parecidas a tubérculos de la arquitectura alienígena se alzaban sobre sus cabezas hasta perderse en la oscuridad.
Fueron a toda prisa por la pasarela de cemento que bordeaba toda la pared del abismo. Hacía frío, y la atmósfera estaba llena de polvo. Había retazos de hielo sucio esparcidos un poco por todas partes. Tabitha podía oír un débil lamento que sonaba bastante cercano, pero no había forma de saber si era humano, alienígena o mecánico. El sonido empezó a ponerla nerviosa, y un instante después se dio cuenta de que procedía del pico de Tal. El loro estaba canturreando para sí mismo.

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