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Michael pertenecía a la variedad opuesta..., era pura fibra carbonatada hasta el núcleo. Michael era horrible. Ojalá no me lo hubieras recordado.
PODRIA BORRARLE.
No podemos hacer eso, Alice. Al menos no voluntariamente, ¿sabes? Cuanto más te esfuerzas por olvidar algo, más probable es que te vuelva a la memoria en los momentos menos oportunos.
PERDONE QUE SE LO DIGA, CAPITANA, PERO ME PARECE QUE SU MEMORIA ES MUY POCO EFICIENTE.
Tienes razón, Alice. No es muy eficiente.
El teniente Dominic Wexler salió del camarote moviéndose muy despacio, jadeando, resoplando y agarrándose a todo lo que podía alcanzar. No paraba de pedirme disculpas. Estaba haciendo un gran esfuerzo para mantenerse erguido. El extremo de su corbata flotaba por delante de su nariz. Lo bajó de un manotazo y estuvo a punto de salir despedido girando sobre sí mismo.
-Agárrese a estas cosas -dije, y le señalé los aros.
La cosa empezó a ir mejor. Se lanzó decididamente pasillo abajo y me dejó atrás con una risita algo temblorosa, dirigiéndose hacia el próximo asidero mientras seguía intentando poner un pie delante del otro en vez de utilizar los brazos y los hombros.
Quería preguntarle cuál era la razón de que la Fuerza Aérea hubiese enviado a alguien que no tenía ni la más mínima experiencia en condiciones de caída libre, pero no lo hice.
-Su colega no es muy comunicativo -dije.
Wexler puso cara de preocupación.
-Supongo que ya le ha dado el plan de vuelo, ¿no?
-Sí -dije yo-, pero hasta el momento eso es lo único que me ha dado.
-Tenemos que ir con mucho cuidado, señora -dijo.
El siguiente salto le salió un poco demasiado impetuoso y empezó a girar sobre sí mismo. Le rescaté de aquella voltereta pasando un brazo alrededor de su cintura por detrás mientras metía el pie en un aro para impedir que me arrastrara consigo. Wexler acabó apoyado en mi pecho mientras pedaleaba como un loco con las piernas.
-¿Sigue queriendo ser un hombre del espacio? -le pregunté.
-¿Qué ha dicho? -replicó él.
-Nada -murmuré.
Nos encontramos con la nave sistémica capellana unos doscientos kilómetros más allá de la luna. El eladeldi se había pasado todo el trayecto con los antebrazos encima de las rodillas y los ojos clavados en la consola como si entendiera todo lo que tenía delante o como si no tuviera ni idea de qué era, pero apenas vimos la nave cobró vida de repente y empezó a parlotear por el micrófono.