Cuesta abajo (Leopoldo Alas Clarín) Libros Clásicos

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¡Y todo por culpa de D. Torcuato! Ahora que estoy bien despierto, y el sol alegre llega hasta besar la blancura de esta sábana, y tengo el torso vertical, y no hay miedo al hígado ni al cerebro; ahora, apoyado en los estribos del buen sentido, santo, del mediodía, ahora grito: -¡Mala centella parta a D. Torcuato Angulo! -Y sigo-. No sé si he dicho que soy viudo: lo soy. No se crea que me acuerdo ahora de esto porque mi mujer me la haya matado D. Torcuato, no: capaz sería, pero no fue él. No estoy seguro de no haber sido yo. Pero bien sabe Dios que si contribuí a su muerte fue sin que­rer. Culpa, ninguna. Por eso estoy tranquilo. Aunque no siempre del todo. Porque hay horas también en que tengo remordimientos, a pesar de no creerme responsable de los actos en que esos remordimientos se fundan. Por ejemplo, cuando hablo en cátedra de las tres unidades de acción, lugar y tiempo, y digo que para el artista moderno ya no hay tales trabas, no estoy seguro de decir la verdad. Tal vez las tres unida­des dramáticas son esenciales. Vaya V. a saber. Pero ahora lo corriente
es decir que se puede prescindir de algunas de ellas. Y se prueba. No se prueba del todo, pero se prueba. ¿Voy yo a reñir con todo el mundo? ¿Voy a declararme paladín de las unidades? No: anda que corra la bo­la. Pues ¡no tendría yo que discurrir poco para averiguar el fondo últi­mo de la verdad en este punto! Tendría que emplear toda la vida en averiguar eso... y me quedaría a oscuras. De modo que ¡abajo las uni­dades y caiga el que caiga! ¿Qué culpa tengo yo? Bien, pues así y todo me remuerde la conciencia. ¡Ay! Bien piensa Carabín: siempre seré un insignificante.
Pero voy a mi asunto. Yo, Narciso Arroyo, catedrático de la facul­tad de Filosofía y Letras, viudo, de treinta y seis años, domiciliado en la calle de Santa Catalina, número nueve, he decidido escribir las me­morias de mi vida en variedad de metros como quien dice, y sin respe­tar gran cosa las tres unidades.

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