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Además, ahora que me acuerdo, había visto una traducción, mala también, de la Vida de Jesús, en la maleta de un americano muy rico y muy bruto, que quería educar a sus hijos a la moderna, y para ello se preparaba leyendo El Evangelio del Pueblo, del Sr. Henao y Muñoz, y llevando consigo a todas partes el libro de Renan, aunque sin leerlo, porque no estaba escrito en estilo cortado, como El Evangelio de Henao y los artículos de los periódicos satíricos que también deletreaba, y él los períodos largos no los entendía.
Tenía yo, en consecuencia, por un hombre de malas entrañas y mal gusto, por filósofo superficial y por historiador embustero, al insigne bretón; y eso que no sabía entonces, como supe después, que los oradores del Ateneo de Madrid, que el tal Renan todo lo copiaba de los Alemanes, menos la cháchara poética. No por ser tan injusto con el au-tor de San Pablo era yo en aquel entonces tan mentecato como parece deducirse del contexto. Hay que acostumbrarse a distinguir de facultades, porque unas se desarrollan antes y otras después, y algunas nun-ca, y no por eso deja de haber elementos dignos de aprecio en las almas de ese modo incompletas. Ni hay que suponer que ciertos espíritus, encerrados en la letra de una fe quieta, estancada, no puedan tener sus grandes anhelos poéticos de esperanzas insaciables, de abnegación metafísica, de idealidad independiente, y también los sentimientos y arranques anejos. No es lo más frecuente, pero los hay que tienen todo
eso. También es verdad que cada día hay menos, y que las almas completamente sinceras y de cierto temple, casi todas son libres, en el sentido de que no las sujeta ningún dogma histórico. Pero vuelvo a mis diez y siete años. Acababa de pasar una gran fiebre nerviosa. Me encontré del lado de acá de la adolescencia en poder de una tristeza milenaria, suavemente apocalíptica. El mundo se había hecho viejo de repente; las cosas, todas pálidas, apenas tenían más que la superficie; el sol no era tan claro como antes; y entre mis ojos y las nubes, entre mis ojos y el mar lejano, aparecían enjambres de puntos, de circulillos opa-cos, como una vía láctea de estrellas apagadas.