Cuesta abajo (Leopoldo Alas Clarín) Libros Clásicos

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Y por último fui a dar al egoísmo, fin triste de muchos enterne­cimientos. Ya que no a Leopardi, porque no existe; ya que no al pastor de Asia, porque no existió nunca; ¿por qué María no me consuela más a mí, no se me presenta a mí?... No he de ocultar que, al decirme para mis adentros esto de presentárseme María, a pesar de la seriedad del momento, a pesar de mi buena fe, un diablillo se reía dentro de mí gri­tando: -¡Presentarse, aparecerse! ¿Qué es eso?
-Y otra voz que no debía de ser un diablo, me decía: -Tú tienes a tu madre... -Y después, como si fuesen ecos que decían cada cual cosa distinta, por milagro, por supuesto, otras voces gritaban más lejos, es decir, más adentro: Una: -Tú tendrás mujer... Otra: -Tú tendrás hijas... Y otra: -Tú tendrás sueños...
Estas varias voces merecen y necesitan explicación. Por eso escri­bo estas memorias. Por ahora sólo diré, respecto de la voz del diablillo que no quiso que yo creyese en apariciones, que el tal demoniejo estaba llamado a crecer y crecer dentro de mí como me temía, y a devorarme la bondad que más adelante había de ir naciéndome como un jugo de la buena salud que llegué a tener, a Dios gracias.
Quién me hubiera dicho a mí, entonces, que por culpa del tal diablo burlón, yo mismo, el que casi esperaba ver a la Virgen, había de ser autor, años después, de cierto suelto de un periódico satírico, que decía:
«En la parroquia de Tal se juntaron siete curas y mataron a palos a un feligrés. Hay que hacer un escarmiento con el clero. No hay que pagarle un cuarto.»
Y de este otro suelto, publicado al día siguiente:
«Estábamos mal informados. No era completamente cierta la no­ticia que dábamos ayer respecto al crimen cometido por siete curas en la persona de un feligrés. Fue de otro modo: fue que entre siete feligre­ses mataron al cura. Pero nos ratificamos en lo dicho: hay que hacer un escarmiento con el clero.

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