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.. y, lo que más importa a mi propósito, tienen para el hijo de estos valles, que sabe comprender y amar la naturaleza que le rodea, fisonomía especial, que varía a cada recodo de un camino, a cada trasponer de un vericueto. Sucede con es-to lo que pasa con los individuos de raza distinta. Para nosotros casi todos los negros, como no sean de tipo diferente, parecen el mismo. Cuando en Madrid veía yo a tantos y tantos jóvenes de color sucio de la colonia filipina, a todos los tomaba por mi amigo P***, un poeta de allá. Y lo mismo esos filipinos que esos negros se distinguen entre sí como nosotros, y ellos ven grandes variedades de fisonomía donde nosotros no vemos más que rasgos semejantes. Yo, muchas veces, mostrando a los viajeros las bellezas naturales de mi país, he notado que alababan sin entender, cogiendo tan sólo el efecto general, el que habla más al sentido solo, como sucede con el deleite de la música para los profanos; y notaba también que se cansaban, a poco, de contemplar, y acababan por no ver nada, porque todo les parecía ya lo mismo: sentían el hastío del vulgo visitando largo tiempo las salas de un museo. En cambio, para mí, que tengo en estos montes, en estas vegas, en estos árboles y en estos prados, riachuelos y playas, una especie de historia natural... externa de mi propio ser, cada accidente del terreno adquiere casi una personalidad, y tiene de fijo una historia. Porque es de advertir que de unos a otros años, según yo voy cambiando, va cambiando también el aspecto de cada paisaje y de cada pormenor del mismo, sin que ellos dejen de ser como eran, en lo principal a lo menos. Así como en el Quijote, leído un año y otro, se descubren cada vez, según la época de la vida en que se lee, nuevas bellezas, nuevas profundidades
(como también pasa con Shakespeare, Pascal, etc., etc.), así yo veo en cada nueva etapa del viaje de mi vida novedades que no sospechaba en la tierra, que he pisado y contemplado siempre.