Cuesta abajo (Leopoldo Alas Clarín) Libros Clásicos

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Yo recuerdo haberla visto ponerse encendida al oír el dulce nombre de Jesús. En cuanto a mi padre, siempre que alguien le nom­braba, su viuda palidecía, se quedaba muy seria y procuraba mudar de conversación. Mientras los demás hablaban de otra cosa, ella rezaba en silencio. Así hizo aquella tarde: después de mi imprudente evocación, mi madre rezó en voz baja mientras pasábamos el puente de tablas, traspuesto el cual estábamos en los dominios de aquellas huérfanas que iba yo a ver por vez primera.
11 de enero. -No pretendo describirme a mí propio el paisaje que se ofreció a nuestros ojos cuando, después de llegar a la vega y de subir por la pomarada que se llama el Castelete, vimos de repente, muy cer­ca, como quien lo tocaba con la mano, todo El Pombal que teníamos enfrente, al otro lado de aquella hondonada de maíz, que parecía el hueco de una gran ola verde. Estas memorias no son descriptivas sino allí donde a mí me conviene; y, además, de las cosas y personas que no he de pintar sino aquello que en mí haya dejado impresión y que espe­cialmente me importe por cualquier concepto. Aquella tarde, en aquel momento en que a lo mejor podía hallarme a un paso de las señoritas a quien había que alargar la mano y saludar como un caballero, no esta­ba yo para contemplar cuadros de la naturaleza. Aquella misma vista general de la posesión de mi mujer miles de veces me llenó el alma y el sentido, y ahora con cerrar los ojos veo todo aquello como una cámara oscura podría verlo si tuviese conciencia de lo que refleja; pero enton­ces sólo noté que estaba más cerca todo aquello que yo estaba acos­tumbrado a ver desde la meseta de mi colina; que el castillo, que que­daba a la izquierda, en un altozano de hierba de segar muy alta, tenía las piedras comidas por el tiempo, y que la hiedra le subía por los mu­ros como si fuera una caries. De lo que yo comparaba a un templo griego levantado en una ladera entre follaje, distinguí, como si dijéra­mos, las facciones, que eran las puertas, las ventanas y balcones, la so-lana, el terradillo y la escalera exterior de sendos tramos laterales, y un descanso y una balaustrada modesta y risueña, bordada de enredade­ras; todo esto delante de una puerta al uso del país, de la aldea, es de­cir, de una puerta de un solo batiente, superpuesto, de modo que la parte de abajo quedaba cerrada durante el día, mientras no tenía que dejar paso.

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