La hidalga del valle (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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Desconsolados, pues, determinaron
apartarse los dos, y con extraña
ternura para sí, los dos tomaron
ella una gruta, y él una montaña.
En su ruego, aun allí perseveraron,
y viendo el cielo que su lecho baña
continuo el llanto, envuelto en sus gemidos
los escuchó, que el cielo es todo oídos.
Un ángel, con inmensas alegrías,
a los dos anunció, de luz vestido
(bien como fue anunciado Jeremías
y bien como Sansón fue bendecido),
que Ana concebiría (¡oh ansias mías!),
en tan mayor edad (¡pierdo el sentido!),
una niña esta noche, hermosa y bella,
poniendo el cielo su atención en ella.
Que aunque es verdad que yo saber no pude
aquesta anunciación, por milagrosa
y sobrenatural, no es bien se dude,
que la sé, no por verla misteriosa,
sino porque después uno a otro acude,
ella alegre, él ufano, ella piadosa;
él felice, y allí me informé de ello,
que en llegándolo a hablar, pude sabello.
De aquesta cuenta, que los dos se han dado,
un común regocijo se ha seguido;
el sol, un manto azul, todo estrellado,
con recamados visos se ha vestido;
la luna, de topacios se ha calzado;
el cielo, de diamantes se ha lucido
(yo no sé para quién); coronas bellas
de doce en doce hicieron las estrellas;
la tierra, de sus galas envidiosa,
se ha vestido también de mil colores,
y siendo por diciembre, tan hermosa
está, que brota anticipadas flores;
la azucena, jazmín, clavel y rosa,
al mayo le han robado los primores,
dando (no sé por qué) la enhorabuena
clavel, rosa y jazmín a la azucena.
Las fuentes, con tal risa, sus cristales
ofrecen hoy, que cuando fugitivas
corren tan lindas, pues tan liberales
que selladas son pozo de aguas vivas.
El peso de los orbes celestiales
son (sin hierbas ni aromas ofensivas,

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