El pleito matrimonial del cuerpo y el alma (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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de quien naciendo rama soy raíz,
rasgué el tronco y rasgándole dejé
yerta su pompa, mustio su matiz.
(Baja.)
Agora dime qué me quieres.
PECADO Que
en mi pena mayor, más infeliz,
me ayudes a vengar una pasión.
MUERTE¿Son envidias del hombre?
PECADO Celos
son,
que son envidias una y otra vez.
MUERTE ¿Celos tiene quien nunca tuvo amor?
PECADO Sí, porque hay celos de tal vil preñez
que son abortos hijos del rencor.
MUERTE Pues ¿qué quieres? Que al cielo la azul tez
apagaré de un soplo, y su esplendor
de nubes vestirá negro capuz,
en funestas exequias de la luz.
PECADO Ya sabes que desterrado
salí de mi patria augusta
por aquel delito infame,
aquella ambiciosa culpa
en que mi soberbia entonces
me puso, por que se arguya
cuán antiguo es en el mundo
ser soberbia la hermosura.
Ya sabes también que luego,
mañosa serpiente astuta,
me introduje en un jardín,
donde sus vedadas frutas
inficioné con mi aliento
mortal, eterna cicuta
de los hombres. De esta ira,
de esta rabia, de esta furia,
fue la causa que entre sombras
de imágenes y figuras,
bien a mi ciencia distintas,
bien a mi dolor confusas,
en la soberana idea
de Dios mire la pintura
del alma hermosa del hombre,
cuya gran belleza, cuya
perfección había de ser
al cuerpo mortal conjunta
humana naturaleza,
reina del mundo absoluta.
De suerte me arrebató
mis acciones todas juntas,
que de envidia, amor y celos,
sentí a tiempo tres injurias.
De envidia, por ver que había
de ser -la lengua me turba-
preferida -¡de ira rabio!-
su fortuna a mi fortuna.
De amor, porque su belleza
es tan inmensa, tan suma,
que sólo en hacerla mía
mi loca ambición estudia.
Y de celos, porque el cielo,
aunque quiere que sea suya,
a un villano se la entrega

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