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tanta tierra y tanto mar,
has dado en este desierto
con el castillo; si en él
ha empezado tu deseo
tan felizmente, ¿qué temes?
CLARIDIANA: Que soy desdichada temo.
A competir he venido
--es verdad, yo lo confieso--
al Febo en esta aventura,
porque en ciencias y armas tengo
experiencias y noticias,
con que aventurarme puedo
a salir con la victoria;
y, siendo yo sola dueño
de Lindabridis, dejar
burlados sus pensamientos;
pero cuanto--¡ay de mí triste!--
atrevida vine, luego
que la vi, quedé cobarde;
que éste es natural secreto
que trae consigo el temor.
Bien en los campos del viento
lo dice la garza, aquella
nave de pluma que, haciendo
proa el pico, vela el ala,
timón la cola, el pie remo,
sulca grave, vuela altiva,
hasta que se pasa al fuego
a ser mariposa en él,
por vivir otro elemento;
pues aunque al paso le salgan
mil pájaros bandoleros,
que son ladrones del aire,
de ninguno tiene miedo,
sino de aquél solamente
de quien ha de ser trofeo;
y así, erizada la pluma
y el copete descompuesto,
tiembla y huye, hasta que deja
la vida a sus manos, siendo
flor después de haber caído,
la que fue estrella cayendo.
MALANDRÍN: Sobre los afectos reina
la razón.
CLARIDIANA: Bien dices; quiero
firmar el cartel y dar
principio al fin. Mas ¿qué es esto?
La primera firma dice,
"El caballero del Febo."
¡Dadme paciencia, cielos,
si puede haber paciencia donde hay celos!
¡Ay ingrato! ¿Para mí
firmas en arena fueron
tus palabras, que duraron
a la discreción del viento?
¿Para Lindabridis bella
firmas en bronce y acero,
que vivirán inmortales
a la duración del tiempo?
¿Para mí escribiste en agua
tantos perdidos requiebros,
y para ella en bronce escribes
la constancia de tu pecho?
¿A ella fineza, a mí olvido?