El castillo de lindabridis (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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¿A ella agrado, a mí desprecio?
¿A ella firme, a mí mudable?
¿A ella apacible, a mí fiero?
¡Dadme paciencia, cielos,
si puede haber paciencia...!

Dentro FEBO


FEBO: ¡Fuego, fuego!
CLARIDIANA: ¿Qué voz es tan temerosa
la que en repetidos ecos
quitó el impulso a mi acción,
hurtó el número a mi acento?
MALANDRÍN: Sobre el campo de Neptuno
un Etna, señora, veo
que, brotantdo llamas, hace
guerra de dos elementos.
CLARIDIANA: ¿Quién vio jamás--¡oh qué horror!--
en campos de nieve ardiendo
montañas de humo? ¿Quién vio
abortar el agua fuego?
MALANDRÍN: Bajel es.
CLARIDIANA: No dices bien;
porque, alumbrando su incendio,
todo el bajel es farol,
antorcha ya de sí mesmo.
Oh, Neptuno, si eres dios,
¿cómo sufres que en tu reino
jurisdicción de otra esfera
esté abrasando, en desprecio
de tus ondas? ¿No te corres
que tu contrario soberbio
entre en los términos tuyos,
tiranizando tu imperio?
MALANDRÍN: Norte vocal sean mis voces.
¡A tierra!

Sale FEBO cayendo


FEBO: ¡Valedme, cielos!

Se desmaya


CLARIDIANA: Mísero aborto que el mar,
por despojo de esa guerra,
dio de barato a la tierra,
ya bien puedes respirar.
Vuelve en ti, vuelve a alentar.
Mas ¡ay!, que sangrienta y dura
el agua su fin procura;
y así a la tierra la advierte,
"Pues que yo le di la muerte,
dale tú la sepultura."

Pónese CLARIDIANA una banda al rostro, y
llega a FEBO


MALANDRÍN: Es verdad; que yerto y frío
yace.
CLARIDIANA: Y yo, de asombros lleno,
tropiezo en el mal ajeno,
y voy cayendo en el mío.
De mi muerte desconfío,
porque mi vida me asombre,
y porque infeliz me nombre.
Detente, no espires, sol;
deja, deja un arrebol
compadecido a tu nombre.
Que Febo...--¡mísera suerte!--
...es...--¡tragedia lastimosa!--
.

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