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ese escrúpulo mi fama,
mi opinión esa sospecha,
un breve instante, un minuto,
y sólo con una empresa
dé el testimonio de mí,
y gane las armas, sean
éstas las de Meridián,
porque digan él y ellas
que soy yo y que las gané.
Salga donde...
MERIDIÁN: Sí saliera,
si me tocara el salir;
mas quien tiene a su defensa
un duelo o está llamado
no hay nueva causa que pueda
hacerle acudir a otro;
y así no respondo. Intenta
ganar armas y volver;
que aquí me hallarás. No temas
que falte de aquí; porque,
aunque todo el mundo venga,
no me hará dejar el puesto;
y así en él, oh Febo, es fuerza,
pues quedo cuando te vas,
que aquí me halles cuando vuelvas.
Vase, y ocúltase la tienda de
campaña
FEBO: ¿Hay hombre más infeliz?
¿Aun no bastó la tormenta
del mar, sino que también
la he de correr en la tierra?
¿Yo exceptuado del honor
que dio más plumas y lenguas
a los tiempos que quedaron
de estas fábricas? ¿Yo fuera
del número de los nobles,
porque en batalla sangrienta
perdí de dos elementos
mi escudo? Mas justa es esta
infamia, este deshonor;
pues que no cuidé que fuera
menor defecto morir
con las armas que perderlas.
Bien nos lo enseña el decreto
del honor, bien nos lo enseña
la ley de caballería,
pues en sus fueros ordena
que para morir se arme
el caballero, y que muera
de todas armas guarnido,
y el manto mortaja sea,
dando a entender que primero
pierda la vida que pierda
las armas, que del cadáver
aun son adorno en la huesa.
Pues ¡vive Dios!, que esta injuria,
este enojo, esta violencia
del mar, del viento y del fuego
hoy me ha de pagar la tierra,
pues hoy de sangre manchada