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se ha de mirar, de manera
que este monte y aquel muro
ciudad fundada parezca
sobre el rubio mar; el sol
ha de mirar su belleza
en espejo de escarlata
que el sangriento humor le ofrezca;
tal que, dejando al morir
llena de flores la selva
y hallándola de corales
al nacer, piense que yerra
el día, y le yerre entonces,
dando a otra parte la vuelta.
Dos montañas, que columnas
son de las nubes, estrechan
este paso, que es por donde
se ha de pasar a las telas.
No ha de entrar aventurero
alguno desde hoy en ellas
sin hacer campo conmigo
y dejar su escudo. Sea
esta línea, pues, la valla
que el paso a todos defienda.
Verá Licanor, verá
Meridián, verá la esfera
superior, el sol, la luna,
los astros, signos y estrellas,
hombres, brutos, flores, plantas,
agua, viento, fuego y tierra
que el caballero del Febo
así sus desprecios venga.
Baja el castillo
Mas ¿qué es esto? ¡Vive el cielo,
que entre los dos montes cierra
el paso otro monte hermoso
que hace a los dos competencia!
Sin duda el orbe de Marte
de sus polos se despeña,
de sus quicios se trastorna,
murado cielo de almenas,
porque no gane otras armas
que las suyas; bien lo muestra
la máquina desasida
y desplomada la esfera,
que aun no pronunció el gemido
de los ejes y las ruedas.
Pero--¡ay de mí!--ciego estoy,
pues no percibo las señas
de este encantado castillo,
a cuya frente soberbia
se abolla el viril del cielo,
por no decir que se quiebra.
Como del año fatal
está el número tan cerca,
los campos de Babilonia
serán su estancia primera.
Abren las puertas del castillo
Sólo este testigo--¡ay triste!--
les faltaba a mis ofensas,
les sobraba a mis desdichas