El castillo de lindabridis (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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para que vuelva a matarte.
FLORISEO: ¡Oh tú, inculto semidiós
de las orillas del Nilo,
de cuyo engaño aprendió
el cocodrilo traiciones,
remedo de humana voz!
Si tanto sentiste, tanto
que no te matase yo
que me vienes a buscar,
por lograr este blasón,
hazte al campo; en él te espero.
FEBO: Hombre o fiera o lo que sois,
si morir a nobles manos
fue ya vuestra pretensión,
yo soy quien os ha de hacer
esa lisonja, pues soy
Febo, y podrá la soberbia
--si de gigante intentó
blasonar--decir después
que fue vencida del sol.
MERIDIÁN: A nadie le toca aquí
hablar sino a mí, pues yo
mantengo este paso y debo,
como al fin mantenedor,
responder a todo trance;
y así en respuesta te doy
la vida, hasta que te mate.
Vive, siquiera por hoy.
FAUNO: Si tanta ilustre soberbia,
tanta noble presunción
sucede al acero como
a la lengua sucedió,
no dudaré que en venceros
adquiera yo algún blasón.
Pero tampoco creeré
que darme pueda temor
quien con instrumentos dulces
ensaya guerras de amor,
cuando de cajas y trompas
les está llamando el son.
Si sois enemigos todos,
si competidores sois
de una dama, ¿cómo estáis
conformes? Bien que desde hoy
a cualquiera que intentare
mirar sólo un arrebol
de esa luz le daré muerte;
que mal sufrirá el valor
mío que otro esté logrando
lo que esté adorando yo.
Porque, aunque partir las dichas
es la más ilustre acción,
las dichas del amor tienen
privilegio de que no
se partan; y esto se prueba
por una razón de dos;
o porque amor es avaro,
o porque dichas no son.
MALANDRÍN: Y a todo cuanto dijere
el salvaje, mi señor...
LICANOR: Bárbaro, la mayor muestra
es de constancia y valor
la estimación con que debe
tratarse al competidor

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