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y pasando despeñado
desde el agrado al deseo,
monstruo que de lo imposible
se alimenta, vivo fuego
que en la resistencia crece, 520
llama que la aviva el viento,
disimulado enemigo
que mata a su propio dueño,
y, en fin, deseo en un hombre
que, sin dios y sin respeto, 525
lo abominable, lo horrible
estima por sólo serlo,
me atreví ... Turbada aquí
-si desto, señor, me acuerdo-
muda fallece la voz, 530
triste desmaya el acento,
el corazón a pedazos
se quiere salir del pecho,
y, como entre obscuras sombras,
se erizan barba y cabellos, 535
y yo, confuso y dudoso,
triste y absorto, no tengo
ánimo para decirlo,
si le tuve para hacerlo.
Tal es mi delito, en fin, 540
de detestable, de feo,
de sacrílego y profano
-harto ansí te lo encarezco-
que, de haberle cometido,
alguna vez me arrepiento. 545
En fin, me atreví una noche,
cuando el noturno silencio
construía a los mortales
breves sepulcros del sueño;
cuando los cielos tenían 550
corrido el escuro velo,
luto que ya, por la muerte
del sol, entapiza el viento,
y en sus exequias las aves
nocturnas, en vez de versos, 555
cantan caïstros, y en ondas
de zafir, con los reflejos,
las estrellas daban luces
trémulas al firmamento;
en fin, esta noche entré 560
por las paredes de un huerto,
de dos amigos valido,
que para tales sucesos
no falta quien acompañe,
y, entre el espanto y el miedo, 565
pisando en sombras mi muerte,
llegué a la celda-aquí tiemblo
de acordarme-donde estaba
mi parienta, que no quiero
por su respeto nombrarla, 570
ya que no por mi respeto.
Desmayada a tanto horror,
cayó rendida en el suelo,
de donde pasó a mis brazos,
y, antes que vuelta en su acuerdo 575
se viese, ya estaba fuera
del sagrado en un desierto,
adonde, si el cielo pudo
valerla, no quiso el cielo.