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entre los labios de una y otra peña,
descubre la cerviz desaliñada,
suelto el cabello, a quien sirvió de greña 2030
inútil yerba, aun no del sol tocada,
donde en sombras y lejos nos enseña
un espacio, un vacío, horror del día,
funesto albergue de la noche fría.
Yo quise entrar a examinar la cueva 2035
para mi habitación. Aquí no puedo
proseguir, que el espíritu se eleva,
desfallece la voz, crece el denuedo.
¡Qué nuevo horror, qué admiración tan nueva
os contara, a no ser tan dueño el miedo, 2040
helado el pecho y el aliento frío,
de mi voz, de mi acción, de mi albedrío!
Apenas en la cueva entrar quería,
cuando escucho en sus cóncavos, veloces
-como de quien se queja y desconfía 2045
de su dolor-, desesperadas voces.
Blasfemias, maldiciones sólo oía,
y repetir delitos tan atroces,
que pienso que los cielos, por no oíllos,
quisieron a esa cárcel reducillos. 2050
Llegue, atrévase, ose el que lo duda;
entre, pruebe, examine el que lo niega;
verá, sabrá y oirá, sin tener duda,
furias, penas, rigores, cuando llega;
porque mi voz absorta, helada y muda, 2055
a miedo, espanto, novedad se entrega,
y no es bien que se atrevan los humanos
a secretos del cielo soberanos.
Patricio. Esta cueva que ves, Egerio, encierra
misterios de la vida y de la muerte; 2060
pero falta decirte cuánto yerra
quien en pecado su misterio advierte.
Pero el que confesado se destierra
el temor, y con pecho osado y fuerte
entrare aquí, su culpa remitida 2065
verá y el purgatorio tendrá en vida.
Rey. ¿Piensas, Patricio, que a mi sangre debo
tan poco, que me espante ni me asombre,
o que como mujer temblando muero?
Decid, ¿quién de vosotros será el hombre 2070
que entre? ¿Callas, Filipo?
Filipo. No me atrevo.
Rey. Tú, capitán, ¿no llegas?