La hija del aire (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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es el mar de las facciones,
escollo es, donde las velas
del bajel de la hermosura
corren la mayor tormenta.
De sus mejillas la tez
era otra unión de diversas
colores. ¿Viste la rosa
más encendida y sangrienta
en la púrpura de Venus?
¿La azucena viste en ella
con el candor de la aurora?
Pues tú allá te considera
esa azucena, esa rosa,
ajadas entre sí mesmas,
y sus mejillas verás
al mismo instante que vea;
a la rosa desteñida,
o teñida la azucena.
La boca, corte del alma,
donde la hermosura reina,
ya severamente grave,
ya dulcemente risueña,
era, no digo una joya
de corales y de perlas,
que esta alabanza común
ya es particular ofensa,
sino un archivo de todo
cuanto la Naturaleza
pudo asegurar; y así
grande hubo de ser por fuerza.
El cuello, blanca coluna
que este edificio sustenta,
era de marfil al torno;
de cuya hermosa materia
sobró para hacer las manos,
a emulación de sí mesma.
Este, pues, monstruo divino,
Venus mandó que estuviera
oculto, porque Dïana
le amenazó con tragedias.
Nació de una ninfa suya,
y entregándola a las fieras,
la defendieron las aves,
de quien el nombre conserva,
pues Semíramis se llama,
que quiere en la siria lengua
decir la hija del aire.
Éste es su nombre y sus señas.
NINO: Tú la has pintado de suerte,
y de suerte encarecerla
has sabido, que ya al más
dormido afecto despiertas
para que verla desee;
y en mí es esto de manera,
Menón, que deseo tanto

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