Las cadenas del demonio (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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en lid se conservan, siempre
amigos y siempre opuestos.
Yo soy el que en toda el Asia,
por los extraños portentos
de mis milagros, estoy
adorado, hallando a un tiempo
su amparo en mí el afligido
y su salud el enfermo.
Compadecido a tu llanto
y enternecido a tu ruego,
concurriendo a tus conjuros,
a darte libertad vengo.
Y aunque yo sepa la causa,
oírla de tu boca quiero,
porque caiga nuestro pacto
sobre mejor fundamento.
Dime, ¿qué quieres de mí?
IRENE: Tanto a tu voz me estremezco,
tanto a tu vista me asombro,
tanto a tu semblante tiemblo
que no sé si formar pueda
razones; mas oye atento.
Esta provincia de Asia,
a quien los que dividieron
el mundo dieron por nombre
inferior Armenia, imperio
es del grande Polemón,
de cuya corona y cetro
hija heredera nací,
si hubiese querido el cielo
que se midieran iguales
fortuna y merecimiento.
Quiso mi padre que hiciesen
juicio de mi nacimiento
sus sabios y en él hallaron
--¡de imaginarlo reviento!--
que había de ser mi vida
el más extraño, el más nuevo
prodigio de cuantos dio
la fama a guardar al tiempo;
pues de ella resultarían
para todo aqueste imperio
robos, muertes, disensiones,
bandos, tragedias, incendios,
lides, traiciones, insultos,
ruinas y escándalos, siendo
en oprobio de los dioses
el principal instrumento
de otra nueva ley de un dios
superior a todos ellos.
Con estos temores, dando,
entre tan raros sucesos,
crédito a los vaticinios
y opinión a los agüeros,
equivocando los nombres
de piadoso y de severo,
dispuso mi padre el rey
que yo muriese en naciendo.
¿Quién vio más crüel, tirano,
injusto y torpe decreto
que hacer los delitos él
porque yo no llegue a hacerlos?
De esta sentencia apelando
de su ira a su consejo,
él mismo mudó intención,
tomando --¡ay de mí!-- por medio

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