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a cuyo asombro me admiro.
CEUSIS: ¡Villano! ¡Viven los cielos,
que has de morir a mis manos!
CRIADO 1: ¿Yo, señor, qué culpa tengo
de que Marcela te trate
con desdenes y desprecios?
CEUSIS: Si tú de mí la dijeras
que he de ser yo el heredero
de Armenia, porque mi hermano
no tiene merecimientos
para competir conmigo,
claro está que fueran menos
sus rigores.
CRIADO 1: Tanto adora
a su esposo que por eso
presumo que no te admite.
CEUSIS: Añade, entre los que tengo
de dar la muerte en reinando,
a ese atrevido, a ese necio
que con su propia mujer
se atreve a darme a mí celos.
CRIADO 1: Teme, señor, que los dioses
castiguen tu atrevimiento.
CEUSIS: ¿Qué dioses se han de atrever
a castigarme, si ellos
me dieron vista con que
mirase lo que apetezco?
Acusen su providencia,
pues ella fue el instrumento
para mi culpa; o si no,
preciados de justicieros
quítenme la vista, si
con la vista los ofendo.
DEMONIO: (Aquí, para ser más malo, Aparte
me importa parecer bueno;
y pues que me ha dado Dios
permisión, por sus decretos,
para usar de naturales
causas, con ellas me atrevo
a entorpecerle los ojos,
con que dos nombres adquiero,
el de justiciero ahora
y el de milagroso, luego
que a la vista que le turbo
le quite el impedimento.)
CRIADO 1: ¿Eso dices?
CEUSIS: Esto digo.
Finge estar ciego
Mas, ¡ay infeliz! ¿Qué es esto?
¿Qué se nos ha hecho el día,
que a media tarde, cubierto
de pardas nubes, fallece?
¿Dónde se ha ido el sol huyendo,
sin permitir que la luna
substituya sus reflejos
en el horror de la noche?
CRIADO 1: ¿De qué haces tantos extremos?
¿Qué tienes?
CEUSIS: Perdí la luz,
y con mil sombras tropiezo.