Las cadenas del demonio (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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LICANORO: Nunca se oyó en sus espacios
voz tan horrible y funesta.
CEUSIS: El sonido de sus ecos
el corazón me atormenta.
¡Qué pavoroso rüido!
LIRÓN: ¿Cúya será esta voz, Lesbia?
LESBIA: A todos turba el oírla.
DEMONIO: (Y más a mí el conocerla. Aparte
Pero ¿qué temo, qué temo,
que el apóstol de Dios venga,
si viene a tiempo que tengo,
con las mentidas grandezas
de mis fingidos milagros,
toda esta gente suspensa?)
REY: ¡El corazón se estremece!
Gran dios, ¿cúya voz es ésta?
DEMONIO: Yo te lo diré. (Aquí importan Aparte
mis engaños y cautelas.)
De un hombre, rey, que a tu corte
viene, que tirano intenta
quitar de tu mano el cetro
y el laurel de tu cabeza.
Y aunque otra cosa te diga,
ni le escuches ni le creas,
y está advertido, porque
o le mates o le prendas.
REY: Esa palabra te doy.
BARTOLOMÉ: ¡Penitencia, penitencia!
LICANORO: ¿Qué hombre, cielos será éste?

Sale IRENE


IRENE: ¡Aguarda, detente, espera!
Que, aunque debiera primero
rendir gracias y obediencias
a dios que me da la vida,
y a ti que me la reservas,
de este hombre o de este monstruo
te quiero contar las señas,
ya que viniendo le vi
entre el vulgo que le cerca,
a cuya vista quedé
ni bien viva ni bien muerta,
de ver que el gusto de verte
me embaracen estas nuevas.
LICANORO: (¡Qué peregrina hermosura!) Aparte
CEUSIS: (¡Qué soberana belleza!) Aparte
IRENE: Es su estatura mediana,
su barba y cabello en crencha
partida a lo nazareno
y de cenizas cubierta,
afectando el desaliño
más su hipócrita modestia;
el rostro es grave, la voz,
bien como de una trompeta,
armoniosamente dulce
y dulcemente tremenda;
vivo esqueleto de un vil
báculo que le sustenta,
es todo su adorno un saco
ceñido con una cuerda.

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