Página 23 de 49
de los cielos nace en flores,
hasta donde muere en vidrio.
Vase
LICANORO: Yo no te ofrezco traerle.
IRENE: ¿Por qué?
LICANORO: Porque no me animo
a tanta empresa, aunque pierda
de esa esperanza el alivio.
IRENE: ¿Cómo?
LICANORO: Como hombre a quien guarda
su dios, señora, es preciso
seguro estar de nosotros,
aun entre nosotros mismos.
Y tengo a menos desaire
no ofrecer, amante y fino,
lo que no sé si podré
cumplir después de ofrecido.
IRENE: ¡Ay, Licanoro, mal haces!
LICANORO: ¿Cómo o por qué?
IRENE: No me animo
a decirlo yo tampoco;
que no me está bien decirlo.
LICANORO: Peor me está a mí no entenderlo.
IRENE: Pues partamos el camino;
yo te diré la mitad
de la razón que no digo;
adelanta tú al discurso
la otra mitad, y preciso
será que nos encontremos
a entenderlo sin decirlo.
LICANORO: Has dicho bien.
IRENE: Pues yo empiezo.
LICANORO: Y yo, señora, te sigo.
IRENE: Al que me traiga a aquel hombre
favorecer he ofrecido.
Ya he dado yo el primer paso.
LICANORO: Yo le doy ahora, y te pido
no me mandes eso solo,
y verás cómo te sirvo.
IRENE: Mucho que tú le trajeras
estimara mi albedrío.
LICANORO: No me atrevo contra un dios
que, aunque le ignoro, le estimo.
IRENE: Muy lejos vas de encontrarme,
Licanoro.
LICANORO: Fuerza ha sido,
Irene; porque los dos
seguimos rumbos distintos.
IRENE: Con todo eso, quiero dar
otro paso.
LICANORO: Y yo otro indicio.
IRENE: El dios de Astarot está
enojado y ofendido.
LICANORO: Luego quien pudo ofenderle
y agraviarle habrá podido
más que él.
IRENE: Su ofensa es mi ofensa.
LICANORO: Dios es; vénguese a sí mismo.
IRENE: Mira que vas, Licanoro,
dejando atrás el camino.
LICANORO: Tú eres quien le pierde, Irene.
IRENE: Pues volvamos al principio.