Página 24 de 49
Quien a los dioses ultraja
fuerza es que quien me ha querido
desagravie.
LICANORO: ¿Quién a un dios
que dejarse agraviar quiso
desagraviará?
IRENE: Tú sólo.
LICANORO: Es engaño.
IRENE: Eso es delirio.
LICANORO: Ésa ilusión.
IRENE: Eso miedo.
LICANORO: Ésa ignorancia.
IRENE: Es preciso;
y no nos busquemos más,
puesto que ya nos perdimos;
siendo yo tan desdichada
que, tú ingrato y Ceusis fino,
me ha de deber el favor
quien no me debió el cariño.
Vase
LICANORO: ¡Que sea en mí tan poderosa
esta aprehensión de que ha habido
primer causa de las causas,
dios sin fin y sin principio,
que no deja en mi discurso
razón, elección ni arbitrio
aun para amar, cuando más
a la hermosura me inclino
de Irene! Pues por creer
que aquel Dios de quien ya dijo
el extranjero las señas
y el que yo adoro es el mismo,
a ofenderle no me atrevo.
¡Valedme, cielos benignos!
Que a tanto misterio falta
la razón, fallece el juicio.
Si tres personas y un dios
predica, y éstas han sido
el Padre y el Hijo amado
y el Espíritu divino,
¿cómo, no habiendo nombrado
otro dios que el Uno y Trino,
Cristo es verdadero Dios
dijo también? ¿Quién es Cristo
de estas tres personas?
Dentro el SACERDOTE
SACERDOTE: Presto
saldrás de ese laberinto
de dudas y confusiones.
LICANORO: ¿Dónde o cómo? Mas ¿qué miro?
El rey es, y tan suspenso
viene que aquí no me ha visto.
No le quiero hablar, porque
no embarace los motivos
de mis discursos. Dad, cielos,
nueva luz a mis sentidos,
que entre un dios y una belleza
anda delirando el juicio.
Vase. Salen el REY y el SACERDOTE
REY: No hay consuelo para mí.
SACERDOTE: Presto, señor, como he dicho,