Las cadenas del demonio (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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saldrás de esa confusión,
en firmando los edictos.
En ellos de todo el reino
avisarás los ministros
que a aquel hombre prendan, donde
quiera que tengan aviso
de él, por las señas que envías,
ensanchando tus distritos
hasta el reino de Astiages
tu hermano, de quien confío
que hará mayor diligencia.
REY: Hasta que en el poder mío
le veo, y haga en las aras
de Astarot su sacrificio,
no ha de haber consuelo en mí,
por verle tan ofendido.
Pon aquí aquesos papeles,
y nadie entre mientras firmo.
Leer quiero en esta minuta
de los demás el estilo.

Pone el SACERDOTE unos papeles que trae sobre un
bufete y vase; y el REY, sentado junto al bufete, lee un
papel


REY: "Nobles prefectos de Armenia,
jueces y legados míos,
sabed que a nuestra provincia
llegó un humano prodigio
que, alterando nuestras leyes,
las ceremonias y ritos,
un nuevo dios predicando,
turbó nuestros sacrificios.
Huyóse al punto; y así
conviene a nuestro servicio
que le busquéis y prendáis;
para cuyo efecto envío
sus señas. Son pobres ropas,
y él un esqueleto vivo."
¡Ay de mí, que de acordarme
de él ahora tiemblo y me aflijo,
y tan presente le tengo
que parece que le miro!


Sale San BARTOLOMÉ


BARTOLOMÉ: En vano, rey engañado,
despachas contra mí edictos,
para que me busquen otros,
si yo me traigo a mí mismo.
Prosigue; que, porque no
yerres la copia, he venido
a que de mí la traslades.
REY: Ilusión de mis sentidos,
sombra de mi devaneo,
de mi discurso delirio,
¿cómo has entrado hasta aquí?
BARTOLOMÉ: Quien del cielo a abrirte vino
las puertas bien es que abiertas
halle las de tu retiro.
¿Diligencias para hallarme
haces? ¿Qué me quieres? Dilo;
que ya presente me tienes

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