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siendo la vida una flor
que con el sol amanece
y fallece con el sol.
LICANORO: (¡Qué generoso desprecio!) Aparte
CEUSIS: (¡Qué hipócrita pretensión!) Aparte
REY: Ya que la púrpura real
desprecias, por vencedor
de aquesta pasada lid,
ciñe el sacro laurel.
LICANORO: Yo
seré el primero que acuda
a servirte en esta acción.
CEUSIS: Yo el primero que a estorbarlo
acuda también; que no
es bien que un advenedizo
sea capaz de tanto honor.
LICANORO: Suelta, Ceusis, el laurel.
CEUSIS: Suéltale tú, pues mejor
estará en mis manos.
Cae
Pero
áspides en su valor
hay ocultos para mí.
LICANORO: Suelta, que para mí no.
BARTOLOMÉ: Es verdad; pues tú serás
quien le goce de los dos.
CEUSIS: Temiera tus profecías,
cuando mirándome estoy
a tus pies, si no creyera
que encantos tus obras son.
San BARTOLOMÉ alza a CEUSIS
BARTOLOMÉ: Levanta ahora del suelo,
sin apurar más razón
de que tú andas por caer
y por levantarte yo.
REY: Pues ¿cómo en presencia mía
os atrevéis...?
LICANORO: Yo, señor,
¿en qué te ofendo, si acudo
a tu misma pretensión?
CEUSIS: Menos te ofendo yo, pues
cuidando de tu opinión,
te estorbo acción tan indigna.
LICANORO: ¿Indigna llamas la acción
de honrar a quien nos ha dado
noticias de un solo Dios?
CEUSIS: Sí; pues de los demás dioses
viene a infamar el honor.
REY: No te opongas a mi gusto,
Ceusis; y tú, Licanoro,
el sacro laurel le ciñe
en nombre mío.
BARTOLOMÉ: Aunque estoy
al cielo reconocido
y agradecido al amor,
licencia de no admitirle
me has de dar; y porque no
pienses que esto es excusarme
de no servirte, te doy
la palabra de que a Irene
verás libre del furor
que la aflige y atormenta.
Sale IRENE furiosa