Las cadenas del demonio (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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BARTOLOMÉ: ¿Vencerá el demonio?
MÚSICA: No.
BARTOLOMÉ: Luego en esta confianza
que me da tu inspiración,
bien podré atreverme.
MÚSICA: Bien.
BARTOLOMÉ: ¿Quién será en mi ayuda?
MÚSICA: Dios.
BARTOLOMÉ: Pues si Él me ayuda, ¿qué temo?--
¡Irene, Irene!
IRENE: A tu voz
otra yo dentro de mí
parece que estremeció
mis sentidos. ¿Qué me quieres?
Que el verte me da temor.
BARTOLOMÉ: Que en este báculo adores
la cruz que en él está.
IRENE: ¿Yo?
¿Yo adorar en un madero
que es del hombre redención,
de Dios la figura, habiendo
no adorado al mismo Dios?
BARTOLOMÉ: Ya el torpe espíritu de
su lengua se apoderó
y habla en ella.
IRENE: ¡Quita, quita!
Y no te me acerques, no,
si no quieres que, arrancando
pedazos del corazón
de esta infelice mujer,
te los tire.
REY: Ya volvió
a su furiosa locura.
LICANORO: ¡Qué lástima, qué dolor!
IRENE: ¡Huid todos, huïd de mí!
REY: ¡Tenedla!
LICANORO: Es tal su furor
que no es posible.
BARTOLOMÉ: Sí es.
CEUSIS: ¿Quién será bastante?
BARTOLOMÉ: Yo.--
Rebelde espíritu que,
por divina permisión,
este sujeto atormentas,
da la humilde adoración
a aquesta sagrada insignia.
IRENE: No quiero; y pues en mejor
estatua asisto ¿qué quieres?
Déjame, en mi centro estoy;
pues es centro del demonio
el pecho del pecador.
Déjame, Bartolomé,
déjame en mi posesión.
BARTOLOMÉ: Tú no pudiste adquirirla.
IRENE: Sí puedo; ella me la dio
en vida, en muerte y en alma
y en cuerpo.
BARTOLOMÉ: Todo es de Dios,
y no pudo enajenarlo.
IRENE: Sí pudo, puesto que usó
de su albedrío.
BARTOLOMÉ: También
usa de él para el perdón.
IRENE: No le pide.
BARTOLOMÉ: Sí le pide.
IRENE: Ni le ha de pedir; que yo
la embargaré los alientos.
REY: ¿Quién tan nuevo caso vio
que hable ella y no sea ella?

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