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¿Tan poco el fuego de mi voz inflama?
¡Ah del monte otra vez!
Salen CEUSIS, el SACERDOTE y gente
SACERDOTE: ¿Quién va?
CEUSIS: ¿Quién llama?
DEMONIO: Quien viene desterrado
hoy de su patria bella,
porque a Cristo adorar no quiso en ella.
CEUSIS: Mal mis designios graves
te ocultaré, supuesto que los sabes.
Yo, rayo desatado
de gran mano, llegué donde, avisado
mi padre de sucesos tan extraños,
me dio palabra de enmendar sus daños.
A su hermano escribió que le enviara
a ese monstruo, porque comunicara
a su reino la luz de su doctrina
tan nueva, tan extraña y peregrina.
DEMONIO: Pues ya ha llegado el día,
Ceusis, de tu venganza y de la mía;
que, habiendo consagrado
los templos y la gente bautizado,
ya del rey despedido,
su reino deja, sin haber querido
que nadie le acompañe,
para que más su hipocresía le engañe.
A pie y solo camina
a tu corte--¡ay de mí!--donde imagina
sembrar de sus encantos
los sustos, los asombros, los espantos.
Mas ya llega. A este paso
todos os retirad, porque, si acaso
nos ve, puede ayudarse
de sus mágicas ciencias y ocultarse.
SACERDOTE: Dices bien.
Todos se retiran
DEMONIO: Pues yo llego,
hielo mis plantas son, mi pecho fuego.
Sale San BARTOLOMÉ
BARTOLOMÉ: ¡Felice yo que puedo
ver desde aquí, sin que me cause miedo,
de Astarot el engaño,
reducido y en salvo aquel rebaño!
¡Oh cuánto, Armenia bella,
debes a las piedades de tu estrella!
DEMONIO: (¡Con cuánto gusto va! Fervor le lleva; Aparte
pero primero que de aquí se mueva,
probará los rigores de mi saña.)
Oh tú, que aquesta bárbara montaña
discurres peregrino,
¿no me dirás por dónde es el camino?
BARTOLOMÉ: Sí diré; que mi celo
es enseñar caminos para el cielo.