Las manos blancas no ofenden (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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con la hermosa variedad
de tanto glorioso objeto;
y así traté de volverme,
que nunca duran más que esto
veletas que sólo están
contemporizando al viento;
si bien otro intento, Fabio,
fue causa, pues fue el intento,
rematando con las ruinas
de mi poca hacienda, expuesto
a hacerme yo mi fortuna,
irme a la guerra que veo
que los alemanes rompen
con los esgüízaros. Pero
¿qué más guerra que un cuidado,
más asalto que un deseo,
más campaña que un amor,
ni más arma que unos celos?
Celos dije, y amor dije;
pues para que veáis si es cierto,
aquí haced punto, que aquí
os he menester atento.
Volviendo, pues, a Milán,
hube de tocar en pueblos
del principato de Ursino,
y hallélos todos envueltos
en públicas alegrías,
bailes, músicas y juegos.
Pregunté la causa y supe
que era haber cumplido el tiempo
de su pupilar edad
Serafina, y que el consejo,
que había hasta allí gobernado
en forma de parlamento,
a otro día la ponía
en posesión del gobierno,
con calidad que en un año
hubiese de elegir dueño
que los rigiese, por no
estar a mujer sujetos.
A este efecto hacía el estado
regocijos y a este efecto
cuantos príncipes Italia
tiene, a su hermosura atentos
más que a su estado (¿qué mucho,
si la hermosura es imperio
que se compone de tantos
vasallos como deseos?),
procuraban festejarla,
siendo de todos primero
acreedor de tanta dicha
don Carlos Colona, excelso
príncipe de Bisiniano,
que en los comunes festejos
tiene el primero lugar.
Aténgome a su derecho,
porque está muy adelante
el que por casamentero
tiene al vulgo, y muy atrás
quien tiene de un vulgo celos.
Añadióse a esta noticia
que Carlos, fino y atento,
un torneo de a caballo
mantenía, defendiendo
que ninguno merecía
ser de Serafina dueño.

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