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temiendo queda que caiga.
Verme arcabuz en las manos
es llorar que se dispara
o se revienta. Si ve
que algún caballo me agrada,
por manso que sea, presume
que se desboca y me arrastra.
Espada no me permite
traer, siendo así que la espada
a los hombres como yo
se ha de ceñir con la faja.
La familia que me asiste
sólo es de dueñas y damas
y sólo lo que de mí
la gusta es tocar un arpa,
a cuyo compás tal vez,
porque buscando esta gracia
a otra, quizá dio conmigo,
llora mi voz lo que canta.
A ti solo, por no hallar
mujer en el mundo sabia,
que si la hubiera en el mundo,
sin duda es que la buscara,
me dio por maestro, de quien
he aprendido lo que llaman
buenas letras; de manera
que hijo de viuda es tanta
la atención con que me cría,
el temor con que me guarda,
que presumo que la misma
naturaleza se agravia,
quejosa de que el cabello
crecido y trenzado traiga,
y por eso no ha querido
brotar, Teodoro, en mi cara
aquella primera seña
que a la juventud esmalta.
Dejemos en este estado
la desdicha de que haya
crecido un hombre a no más
que a crecer, sin que le haga
pasaje la edad a que
a ver sus iguales salga;
y vamos a otro suceso,
cuya novedad extraña,
criándola como me crían,
nunca ha salido del alma.
Serafina, que hoy de Ursino
es princesa propietaria,
vencido el pleito, de que
tú fuiste parte contraria,
pues de Federico amigo,
ayudaste sus instancias,
cuya ojeriza te tiene
sin tu familia y tu casa,
y confiscada tu hacienda,
desterrado de tu patria,
a besar la mano al César,
que en esta ocasión se hallaba
en Milán, porque viniendo,