Página 28 de 80
ragazzo suyo, doy fe
que es verdad cuanto él ha dicho,
fecha a tantos de tal mes,
día de San Orbitelo,
supuesto que cae en él.
LISARDA: ¡Quita, necio!
PATACÓN: (¡Vive Dios,
que Nise el lacayo es!)
FEDERICO: (¡Calla!)
PATACÓN: (¿Quién ha de callar?)
FEDERICO: (Quien ve que no le está bien.)
SERAFINA: Vos seáis muy bien venido;
que a mí me pesa de haber
dado al peligro ocasión.
(Aunque le he visto otra vez,
no le conociera ahora;
pero tan de paso fue
que no percibí sus señas.)
A mi primo agradeced
el socorro.
LISARDA: Caballero,
yo os estimo la merced.
FEDERICO: Guárdeos el cielo. (¡Ah, tirana!)
SERAFINA: Si acaso cobrado habéis,
A CÉSAR
hermosa dama, el aliento,
decidme, ¿quién sois?
CÉSAR: (¿Qué hare?
Que decir quién soy, en este
traje, en público, no es bien,
ni que se sepa de mí
que yo he podido usar dél;
pues dejar que otro mi nombre
tome y pretenda con él
tampoco es justo.)
SERAFINA: Pues ¿no
habláis?
CÉSAR: (Qué decir no sé.)
Yo, señora...
SERAFINA: Proseguid.
CÉSAR: ...hija soy de un mercader
(forzoso es disimular
y fingir hasta después)
que a embarcarse al puerto iba,
cuando, empezando a romper
sus márgenes el Po, hizo
que zozobrase el bajel.
Queriendo salir a tierra,
(esto solo verdad es)
para darme a mí la mano,
la tomó primero él,
a cuyo tiempo, rompiendo
la sirga (¡ay de mí!) el cordel,
con un embate, me hizo
volver al golfo otra vez,
sin que él, en la orilla ya,
me pudiese socorrer.
Echóse al agua el barquero,
procurando defender
su vida, con que yo (¡ay triste!)
sola en el barco quedé,
expuesta a las inclemencias
del hado, ya no crüel
para mí, sino piadoso,
pues he llegado a tus pies.
(¡Mal haya el infame acaso