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Ni le hables ni le oigas.
SERAFINA: ¿Cómo puedo, si estoy muerta
por ver si tiene disculpa?
Haz tú como que me ruegas
que le escuche.
CÉSAR: (Sólo esto
la faltaba a mi paciencia.)
A NISE
PATACÓN: Dime, embustera menor
de la mayor embustera,
¿qué ha sido esto?
NISE: Sí diré.
(¡Ah, quién esforzar pudiera
el enredo de mi ama!)
Mas dime, antes que lo sepas,
¿traes daga?
PATACÓN: Sí. ¿Para qué?
NISE: Para que cortar quisiera
la suela de un ponleví
que dar paso no me deja.
A CÉSAR
SERAFINA: Cierto que estás importuna;
yo oiré, pues tú lo deseas.
CÉSAR: (No lo desearas tú más.)
A PATACÓN
NISE: Daca.
PATACÓN: Yo cortaré; suelta.
A FEDERICO
SERAFINA: A Celia le agradeced,
Federico, que a oíros vuelva.
FEDERICO: Ya sé que a Celia la vida
debo.
CÉSAR: (¡Si bien lo supieras!)
SERAFINA: (¡Quiera amor tenga disculpa!)
CÉSAR: (¡Quiera amor que no la tenga!)
SERAFINA: ¿Qué tenéis, pues, que decirme?
FEDERICO: (Menos importa que sepa
que yo he tenido una dama
que no que piense su ofensa,
y que sufro que lo diga
quien ella misma no sea.)
Yo, señora, antes de veros,
porque después no pudiera,
serví en Milán una dama.
NISE: ¡Cielos! ¿Hay quien me defienda?
¡Que me matan!
PATACÓN: ¿Qué te toma,
demonio?
NISE: Las plantas vuestras
sean, señora, mi sagrado.
SERAFINA: ¿Hay tan grande desvergüenza?
PATACÓN: Señores, ¿qué enredo es éste?
SERAFINA: ¿Así entráis en mi presencia?
PATACÓN: Señora, ¡viven los cielos...!
FEDERICO: ¿Cómo es posible te atrevas,
pícaro, desvergonzado,
a una cosa como ésta?
PATACÓN: Pues ¿a qué me atrevo yo
más que a cortar una suela
de un zapato?
NISE: Tú lo eres.
FEDERICO: ¡Vive el cielo...!
PATACÓN: Considera...
SERAFINA: Deteneos.