Las manos blancas no ofenden (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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antes que a mi casa fuera,
de buscarle y asistirle
hasta que conmigo...
SERAFINA: Espera;
que a saber que había venido
el príncipe sin licencia,
ya lo supiera de mí
mi señora la princesa.
ENRIQUE: Luego ¿aquí está?
SERAFINA: En este instante
se aparta de aquí, por señas
que me ha dado en esta caja
la más conocida muestra
de que fue quien me libró
de un incendio en que muriera,
a no llegar él.
ENRIQUE: ¡Oh, cuánto
estimo una y otra nueva,
y que sea mi sobrino
a quien la vida le debas!
Y así, señora, permite
que en verle no me detenga.
¿Hacia dónde iba?
SERAFINA: No sé;
mas él sin duda está cerca.
CÉSAR: (Y tanto, que te espantaras,
[¡ay de mí] si lo supieras.)
ENRIQUE: Iré a buscarle.
SERAFINA: Mejor
será que conmigo vengas;
que yo haré que te le llamen.
ENRIQUE: Convengo en la diligencia,
por ser preciso que yo,
aunque le encuentre y le vea,
no le conoceré, porque
le dejé en edad muy tierna.
SERAFINA: Ven conmigo; que él vendrá
a verte. -- Y tú, Laura, ordena
a Lidoro que ese cuarto,
que tiene al parque otra puerta
que a aquestos jardines pasa,
a Enrique se le prevenga.
ENRIQUE: Tus plantas beso.
SERAFINA: (Fortuna,
deja de afligirme, y deja
de pensar en quién será
cuál me obligue y cuál me ofenda.)

Vanse todos y queda solo CÉSAR


CÉSAR: Si algún ingenio quisiere
escribir una novela,
¿podrá inventarla fingida
mayor que en mí se halla cierta?
Dejo aparte que la fuga
de mi casa me pusiera
en ocasión deste traje;
y dejo que en la deshecha
fortuna airada del Po,
dejando a Teodoro en tierra,
me diese el favor de Carlos
felice puerto a las mesmas
plantas de la que buscaba;

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