Las manos blancas no ofenden (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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CÉSAR: No dese género fue
la nueva. Has de saber...
LISARDA: ¿Qué?
CÉSAR: Que de Orbitelo ha venido
(no le diré el nombre, pues
hablando confuso, infiero
que es mejor) un caballero,
tu tío pienso que es,
de parte de la princesa.
A buscarte viene. Di,
¿no es nueva de gusto?
LISARDA: ¿A mí
a buscarme?
CÉSAR: (Ya le pesa.)
LISARDA: ¿A mí?
CÉSAR: ¿No eres de Orbitelo?
LISARDA: Claro es.
CÉSAR: Pues a ti te busca.
¿Qué te suspende ni ofusca?
LISARDA: ¿A qué fin (válgame el cielo)
me ha de buscar?
CÉSAR: ¿Qué sé yo?
Pero el haberte venido,
sin que lo hubiese sabido
tu madre, la causa dio,
sin duda, para buscarte.
LISARDA: (¿Quién creyera que tomara
el nombre de quien faltara
de allá, porque en esta parte,
tras el nombre y no tras él
viniese a llamarme a mí?)
CÉSAR: De qué te asustas me di.
LISARDA: De que es fortuna cruel.
(¿Qué he de hacer, que estoy cogida
en la mentira?)
CÉSAR: Turbado
estás, César.
LISARDA: Hame dado,
Celia, enfado su venida;
y por sólo castigar
la diligencia de haber
venido, me he de esconder,
y ninguno me ha de hallar.
CÉSAR: Harás muy bien; que ya eres
muy grande para que así
se anden tus deudos tras ti.
LISARDA: Y si tú ayudarme quieres,
di que tú me lo dijiste,
y que, enfadado de ver
su curiosidad, poner
en un caballo me viste,
y salir del sitio huyendo.
CÉSAR: Digo que yo lo haré así
(porque me está bien a mí,
y es sólo lo que pretendo).
LISARDA: Pues, Celia, si tú me ayudas,
imagina que eres dueño
de Orbitelo. Deste empeño
me has de sacar.
CÉSAR: ¿Qué lo dudas?
¿Qué haré yo en servirte en [esto]?
Y más, que a mí me está bien.

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