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UNO: Por esta parte, señor,
que es por donde más brïoso
el Ebro corre, arrastrando
de esos montes los arroyos,
es por donde él escaparse
intenta.
MENDO: Seguidle todos,
examinando su espacio
peña a peña y tronco a tronco.
Vase la gente
¿Quién en el mundo se ha visto
en empeño tan forzoso
como yo? Pues voy buscando
--¡ay infelice!--lo propio
que hallar no quisiera, acción
hija de los celos solos.
Por una parte me manda
el rey, severo o piadoso,
que no vuelva a su presencia
sin dejar--¡terrible ahogo!--
preso a don Lope; y por otra
la deuda que reconozco,
la inclinación que le tengo
me están sirviendo de estorbo.
Si le prendo, a mi amor falto;
y si no le prendo, pongo
la gracia del rey a riesgo.
¿Cómo podré--¡cielos!--cómo,
entre obediencia y amor,
cumplir a un tiempo con todo?
Salen acuchillando a don LOPE HIJO, que trae sangriento el
rostro
LOPE HIJO: Viéndome que es imposible
quedar con vida conozco;
mas para el precio en que tengo
de venderla aun sois muy pocos.
MENDO: No le matéis; que llevarle
vivo me importa. (¡Oh, si logro Aparte
prenderle aquí, porque pueda
mi discurso buscar modo
de salvar después su vida!)
¡Don Lope!
LOPE HIJO: Tu voz conozco
primero que tu semblante,
porque confuso y dudoso
me tienen tres veces ciego
la ira, la sangre y el polvo.
Y no sé si voz ha sido
para mí o trueno ruidoso,
que en su acento me dejó
helado, inmóvil y absorto.
¿Qué me quieres? ¿Qué me quieres?
Que tú solo, que tú solo,
don Mendo, has podido darme
más temores, más asombros,
con una voz que me has dado,
que con sus armas estotros.
MENDO: Lo que quiero es que la espada
rindas, y menos brïoso