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que en saber sentir consiste
parte del alma.
ARIAS: Ha nacido
de esta suerte. ¿Nunca oíste
sus cuentos?
ALEJANDRO: Nunca llegó
a mi noticia.
ARIAS: Pues yo
sé que, si aquí te contara,
alguno, que te agradara.
ALEJANDRO: ¿De qué manera?
ARIAS: Perdió
conmigo el dinero un día
y yo le empecé a jugar
sobre prendas que traía;
y en fin le vine a ganar
la espada que se ceñía.
No quise entonces volvella,
por ver lo que hacía sin ella,
y él buscó sin dilación
una vieja guarnición,
y poniendo un palo en ella,
le metió en la vaina. Así
le trae hoy día.
ALEJANDRO: Yo espero
burlarme dél... ¡Ay de mí!
Mal con burlas vencer quiero
el fuego en que me encendí.
Ve a hablar a César, allana
tristezas de agravios llenas;
que yo estaré con mi hermana,
sintiendo de César penas
y rigores de doña Ana.
Iré a ver los rayos rojos,
testigos de mis enojos.
Y si tengo de morir
ausente, más vale ir
donde me maten sus ojos.
Vanse. Salen don CÉSAR y LÁZARO,
dándole un papel
LÁZARO: Toma, señor, el papel,
que hoy Elvira me llamó
y para ti me le dio.
CÉSAR: ¿Y ahora vienes con él?
LÁZARO: Vive Dios, que te he buscado,
hasta entrar por ver si hablabas
al príncipe.
CÉSAR: ¿Y no me hallabas?
LÁZARO: ¿Qué quieres? Soy desdichado.
CÉSAR: Pues no ha habido hombre que pase
a hablarle que no me pida
licencia.
LÁZARO: En toda mi vida
hallé cosa que buscase.
Toma, señor, el papel;
y si su gusto codicias,
no perdono mis albricias.
CÉSAR: ¡Ay cielos! ¿Qué dirá en él?
LÁZARO: Necedad de aquél que va,
cuando el reloj está dando,
con gran priesa preguntando,
"¿Sabe usted las cuántas da?"
Cuenta, y no preguntarás
lo que tú puedes saber;