Página 12 de 54
ANA: Vuestra Alteza no esté así,
o no pasaré de aquí.
ALEJANDRO: Yo os tengo de acompañar
hasta que el cuarto dejéis
de mi hermana.
ANA: No haga eso
Vuestra Alteza, que es exceso
de mercedes.
ALEJANDRO: Pues, ¿no veis
que es justa obligación mía,
debida por ser mujer,
y que en mí no puede ser
exceso de cortesía?
ANA: Muy bien la que habéis tenido
vuestro heroico pecho muestra;
mirad que soy criada vuestra;
y así, como tal os pido
que mitiguéis los enojos
de tan dulce resplandor,
que, como sois sol de honor,
me vais cegando los ojos.
ALEJANDRO: Mal de mis rayos infiero
ese luciente arrebol,
que voy delante del sol
por blasonar de lucero;
mas porque no me acobarde
el fuego que en vos se ve,
por fuerza me quedaré.
Guárdeos Dios.
ANA: El cielo os guarde.
Vase
ALEJANDRO: Don Félix, ¿no acompañáis
a vuestra hermana?
FÉLIX: Señor,
agradecido al favor
con que a los dos nos honráis,
a vuestros pies he quedado,
como crïado, rendido,
como leal, reconocido
y, como noble, obligado.
Esa vida el cielo aumente
tanto que sea en su gloria
testigo a vuestra memoria
el olvido solamente;
la fama con vos ufana,
dilatada por los vientos...
ALEJANDRO: Dejad encarecimientos,
y acompañad vuestra hermana
en mi nombre. (¿Hay más enojos Aparte
que escuchar inadvertido
lisonjas para el oído,
negándolas a los ojos?)
Vase don FÉLIX. Llega don ARIAS al PRÍNCIPE
Don Arias, ¿qué hay de nuevo? ¿Viste a César?
ARIAS: A César vi y hablé; pero, primero
que sepas su respuesta, saber quiero
el término de amor a que has llegado.
ALEJANDRO: Tienen mi pensamiento
triste César, doña Ana enamorado
y, con un sentimiento,
no sé cuál de los dos es lo que siento.
Entré galán al cuarto de mi hermana,