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cuidadosa de tu ausencia,
te esperará desvelada.
Ya sabes de su firmeza
que como hermana te quiere
y como dama te cela.
No la des este cuidado.
ALEJANDRO: Más el tuyo me atormenta.
CÉSAR: ¿Qué dices?
ALEJANDRO: Importa poco;
que no sabe que estoy fuera.
CÉSAR: (Pasóse fuerte ocasión.) Aparte
LÁZARO: En esta casa pequeña
viven dos hembras a quien
ningún hombre, aunque más sepa,
mientras con las dos hablare,
hablará cosa a derechas.
ALEJANDRO: Pues, ¿por qué?
LÁZARO: Porque es la una
corcovada y la otra tuerta.
ARIAS: Pues una niña ceceosa
y pobre vive aquí.
LÁZARO: Ésa,
cuando cecea, no llama,
pues despide, aunque cecea.
ARIAS: Tiene tía.
LÁZARO: Arredro vaya,
y más si bien se me acuerda
de la vieja del conjuro.
ALEJANDRO: ¿Cómo fue?
LÁZARO: De esta manera;
yo me enamoré, señor,
un día, que no debiera,
o que no pagara. En fin,
consultando cierta vieja,
pidióme, para el efecto,
de su cabello una trenza.
A fuer de Zaide, busqué
ocasión para cogerla,
y halléla, señor, un día
en que, durmiendo mi prenda,
prematicario barbero,
la quité media guedeja;
mas tal que, aunque avecindada
vivió en su frente, no era
natural de su copete,
feligrés de su mollera.
Guedeja heredada fue;
y, haciendo el conjuro en ella,
a la media noche entró
en mi aposento una muerta.
Troqué en miedos los amores,
en responsos las ternezas;
y aunque allí por fuerza vino,
pienso que se fue por fuerza.
CÉSAR: (¿De qué tanto olvido sirve, Aparte
si nunca se olvidan penas,
y ya se acuerda de amor
el que de olvidar se acuerda?
Paréceme a mí que ahora
--mas ¿qué de locuras piensa
un amante!--que doña Ana,
no porque hablarme desea,
sino por desengañarse,
vuelve otra vez a la reja,
y que, no viéndome, dice,
--que la oigo pienso--, "Aunque vengas,