La dama y el duende (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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que no le hace el que le acuerda.
En fin, don Juan, obligado
de amistades y finezas,
viendo que su majestad
con este gobierno premia
mis servicios y que vengo
de paso a la corte, intenta
hoy hospedarme en su casa
por pagarme con las mesmas.
Y, aunque a Burgos me escribió
de casa y calle las señas,
no quise andar preguntando
a caballo dónde era,
y así dejé en la posada
las mulas y las maletas.
Yendo hacia donde me dice,
vi las galas y libreas,
e, informado de la causa,
quise, aunque de paso, verlas.
Llegamos tarde en efecto,
porque...

Salen doña ÁNGELA e ISABEL, en corto
tapadas


ÁNGELA: Si como lo muestra
el traje, sois caballero
de obligaciones y prendas,
amparad a una mujer,
que a valerse de vos llega.
Honor y vida me importa
que aquel hidalgo no sepa
quién soy y que no me siga.
Estorbad, por vida vuestra,
a una mujer principal,
una desdicha, una afrenta,
que podrá ser que algún día...
¡Adiós, adiós; que voy muerta!

Vase


COSME: ¿Es dama? ¿O es torbellino?
MANUEL: ¿Hay tal suceso?
COSME: ¿Qué piensas
hacer?
MANUEL: ¿Eso preguntas?
¿Cómo puede mi nobleza
excusarse de excusar
una desdicha, una afrenta?
Que según muestra, sin duda,
es su marido.
COSME: ¿Y qué intentas?
MANUEL: Detenerle con alguna
industria. Mas si con ella
no puedo, será forzoso
el valerme de la fuerza
sin que él entienda la causa.
COSME: Si industria buscas, espera;
que a mi fe me ofrece una.
Esta carta, que encomienda
es de un amigo, me valga.

Salen don LUIS y RODRIGO, su criado


LUIS: Yo tengo de conocerla,
no más de por el cuidado
con que de mi se recela.

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