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ni permisión ni licencia
de que nadie la visite,
y que, aunque su huésped sea
don Manuel, no ha de saber
que en casa, señor, se encierra
tal mujer, ¿qué inconveniente
hay en admitirle en ella?
Y más, habiendo tenido
tal recato y advertencia
que para su cuarto ha dado
por otra calle la puerta,
y la que salía a la casa
por desmentir la sospecha
de que el cuidado la había
cerrado, o porque pudiera
con facilidad abrirse
otra vez fabricó en ella
una alacena de vidrios
labrada de tal manera
que parece que jamás
en tal parte ha habido puerta.
LUIS: ¿Ves con lo que me aseguras?
Pues con eso mismo intentas
darme muerte, pues ya dices
que no ha puesto por defensa
de su honor más que unos vidrios
que al primer golpe se quiebran.
Vanse y salen doña ÁNGELA e ISABEL
ÁNGELA: Vuélveme a dar, Isabel,
esas tocas. ¡Pena esquiva!
Vuelve a amortajarme viva
ya que mi suerte crüel
lo quiere así.
ISABEL: Toma presto
porque, si tu hermano viene
y alguna sospecha tiene,
no la confirme con esto
de hallarte de esta manera
que hoy en palacio te vio.
ÁNGELA: ¡Válgame el cielo, que yo
entre dos paredes muera,
donde apenas el sol sabe
quien soy! Pues la pena mía
en el término del día
ni se contiene, ni cabe
donde inconstante la luna
que aprende influjos de mí,
no puede decir "Ya vi
que lloraba su fortuna."
Donde, en efecto, encerrada,
sin libertad he vivido,
porque enviudé de un marido,
con dos hermanos casada.
Y luego delito sea
sin que toque en liviandad,
depuesta la autoridad
ir donde tapada vea
un teatro en quien la fama
para su aplauso inmortal
con acentos de metal