Página 12 de 62
dime, ¿cómo puede ser?
Que lo escucho y no lo creo.
ISABEL: ¿No has oído que labró
en la puerta una alacena
tu hermano?
ÁNGELA: Ya lo que ordena
tu ingenio he entendido yo.
¿Dirás que, pues es de tabla,
algún agujero hagamos
por donde al huésped veamos?
ISABEL: Más que eso mi ingenio entabla.
ÁNGELA: Di.
ISABEL: Por cerrar y encubrir
la puerta que se tenía
y que a este jardín salía
y poder volverla a abrir,
hizo tu hermano poner
portátil una alacena.
Ésta, aunque de vidrios llena,
se puede muy bien mover.
Yo lo sé bien, porque cuando
la alacena aderecé
la escalera la arrimé
y ella se fue desclavando
poco a poco de manera
que todo junto cayó,
y dimos en tierra yo,
alacena y escalera
de surte que en falso agora
la tal alacena está
y, apartándose podrá
cualquiera pasar, señora.
ÁNGELA: Esto no es determinar
sino prevenir primero.
Ves aquí, Isabel, que quiero
a esotro cuarto pasar;
he quitado la alacena,
¿por allá no se podrá
quitar también?
ISABEL: Claro está,
y para hacerla más buena
en falso se han de poner
dos clavos, para advertir
que sólo la sepa abrir
el que lo llega a saber.
ÁNGELA: Al crïado que viniere
por luz y por ropa, di
que vuelva a avisarte a ti
si acaso el huésped saliere
de casa; que según creo,
no le obligará la herida
a hacer cama.
ISABEL: ¿Y, por tu vida,
irás?
ÁNGELA: Un necio deseo
tengo de saber si es él
el que mi vida guardó,
porque si le cuesto yo
sangre y cuidado, Isabel,
es bien mirar por su herida,
si es que, segura de miedo
de ser conocida, puedo
ser con él agradecida