La dama y el duende (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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tan presto, que el mandó que hiciese esto.
Mas porque él lo mandó, ¿se ha de hacer presto?
Por haberlo mandado,
antes no lo he de hacer, que soy crïado.
Salirme un rato es justo
a rezar a una ermita. ¿Tendrás gusto
de esto, Cosme? Tendré. Pues, Cosme, vamos;
que antes son nuestros gustos que los amos.
Vase. Por una alacena que estará hecho con
anaqueles y vidrios en ella, quitándose con goznes como
que se desencaja, salen doña ÁNGELA e ISABEL


ISABEL: Que está el cuarto solo, dijo
Rodrigo, porque el tal huésped
y tus hermanos se fueron.
ÁNGELA: Por eso pude atreverme
a hacer sólo esta experiencia.
ISABEL: ¿Ves que no hay inconveniente
para pasar hasta aquí?
ÁNGELA: Antes, Isabel, parece
que todo cuanto previne
fue muy impertinente,
pues con ninguno topamos;
que la puerta fácilmente
se abre y se vuelve a cerrar
sin ser posible que se eche
de ver.
ISABEL: ¿Y a qué hemos venido?
ÁNGELA: A volvernos solamente,
que para hacer sola una
travesura dos mujeres
basta haberla imaginado,
porque al fin esto no tiene
más fundamento que haber
hablado en ello dos veces
y estar yo determinada,
siendo verdad que es aqueste
caballero el que por mí
se empeñó osado y valiente
--como te he dicho--a mirar
por su regalo.
ISABEL: Aquí tiene
el que le trujo tu hermano,
y una espada en un bufete.
ÁNGELA: Ven acá, ¿mi escribanía
trujeron aquí?
ISABEL: Dio en ese
desvarío mi señor.
Dijo que aquí la pusiese
con recado de escribir
y mil libros diferentes.
ÁNGELA: En el suelo hay dos maletas.
ISABEL: ¡Y abiertas, señora! ¿Quieres
que veamos qué hay en ellas?
ÁNGELA; Sí, que quiero neciamente
mirar qué ropa y alhajas
trae.
ISABEL: Soldado y pretendiente,

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