La dama y el duende (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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que esto sucedió en noviembre
y que hay brasero en el cuarto.
ÁNGELA: Yo escribí. ¿Qué te parece
a donde deje el papel
porque, si mi hermano viene,
no le vea?
ISABEL: Así, debajo
de la toalla que tienen
las almohadas; que al quitarle
se verá forzosamente
y no es parte que hasta entonces
se ha de andar.
ÁNGELA: Muy bien adviertes.
Ponle allí y ve recogiendo
todo esto.
ISABEL: Mira que tuercen
la llave ya.
ÁNGELA: Pues dejallo
todo. Esté como estuviere
y a escondernos, Isabel,
ven.
ISABEL: Alacena me fecit.

Vanse por el alacena y queda como estaba. Sale
COSME


COSME: Ya que me he servido a mí
de barato quiero hacerle
a mi amo otro servicio...
mas, ¿quién nuestra hacienda vende
que así hace almoneda de ella?
¡Vive Cristo! ¡Que parece
plazuela de la cebada
su sala con nuestros bienes!
¿Quién está aquí? No está nadie,
por Dios, y si está no quiere
responder. No me respondas
que me huelgo de que eche
de ver que soy enemigo
de respondones. Con este
humor, sea bueno o sea malo
--si he de hablar discretamente--
estoy temblando de miedo,
pero como a mí de deje
el revoltoso de alhajas
libre mi dinero, llegue
y revuelva las maletas
una y cuatrocientas veces.
Mas, ¿qué veo? ¡Vive Dios
que en carbones lo convierte!
Duendecillo, duendecillo,
quienquiera que fuiste y eres,
el dinero que tú das
en lo que mandares vuelve;
mas lo que yo hurto, ¿por qué?

Salen don JUAN, don LUIS y don MANUEL


JUAN: ¿De qué das voces?
LUIS: ¿Qué tienes?
MANUEL: ¿Qué te ha sucedido? Habla.
COSME: Lindo desenfado es ése
si tienes por inquilino,
señor, en tu casa un duende.

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