Página 26 de 62
BEATRIZ: ¿Descubierta por quien eres?
ÁNGELA: ¡Jesús! ¡El cielo me guarde!
Ni él, pienso yo, que a un amigo
y huésped traición tan grande
hiciera. Pues a pensar
que soy dama suya, hace
escribirme temeroso,
cortés, turbado y cobarde;
y, en efecto, yo no tengo
de exponerme a ese desaire.
BEATRIZ: Pues, ¿cómo ha de verte?
ÁNGELA: Escucha,
y sabrás la más notable
traza, sin que yo al peligro
de verme en su cuarto pase
y él venga sin saber dónde.
ISABEL: Pon otro hermano a la margen
que viene don Luis.
ÁNGELA: Después
lo sabrás.
BEATRIZ: ¡Qué desiguales
son los influjos! Que el cielo
en igual mérito y partes
ponga tantas diferencias,
y tantas distancias halle,
que con un mismo deseo
uno obligue y otro canse.
Vamos de aquí, que no quiero
que don Luis llegue a hablarme.
Quiérese ir y sale don LUIS
LUIS: ¿Por qué os ausentáis así?
BEATRIZ: Sólo porque vos llegasteis.
LUIS: La luz más hermosa y pura
de quien el sol la aprendió,
¿huye porque llego yo?
¿Soy la noche por ventura?
Pues perdone tu hermosura
si atrevido y descortés
en detenerte me ves;
que yo en esta contingencia
no quiero pedir licencia
porque tú no me la des;
que, estimando tu rigor
no quiere la suerte mía
--que aun esto que es cortesía--
tenga nombre de favor.
Ya sé que mi loco amor
en tus desprecios no alcanza
un átomo de esperanza.
Pero yo, viendo tan fuerte
rigor, tengo de quererte
por sólo tomar venganza.
Mayor gloria me darás
cuando más pena me ofrezcas;
pues cuando más me aborrezcas
tengo de quererte más.
Si de esto quejosa estás,
porque con sólo un querer
los dos vengamos a ser