La dama y el duende (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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el descubrirse todo,
pero en efecto me escapé del modo
que te dije.
ÁNGELA: Fue extraño
suceso.
BEATRIZ: Y ha de dar fuerza al engaño.
¡Sin haber visto gente
ver que dé un azafate y que se ausente.
ÁNGELA: Si tras de esto consigo
que me vea del modo que te digo,
no dudo de que pierda
el juicio.
BEATRIZ: La atención más grave y cuerda
es fuerza que se espante,
Ángela, con suceso semejante.
Porque querer llamarle
sin saber dónde viene y que se halle
luego con una dama
tan hermosa, tan rica y de tal fama
sin que sepa quién es, ni dónde vive,
--que esto es lo que tu ingenio se apercibe--
y haya tapado y ciego
de volver a salir y dudar luego,
¿a quién no ha de admirar?
ÁNGELA: Todo advertido
está ya, y por estar tú aquí no ha sido
hoy la noche primera,
que ha de venir a verme.
BEATRIZ: ¿No supiera
yo callar el suceso
de tu amor?
ÁNGELA: Que no prima, no es por eso,
sino que estando en casa
tú, como a mis hermanos les abrasa
tu amor, no salen de ella,
adorando los rayos de tu estrella,
y fuera aventurarme
no ausentándose ellos, empeñarme.

Sale don LUIS al paño


LUIS: ¡Oh cielos! ¿Quién pudiera
disimular su afecto? ¿Quién pusiera
límite al pensamiento,
freno a la voz, y ley al sentimiento?
Pero ya que conmigo
tan poco puedo que esto no consigo,
desde aquí he de ensayarme
a vencer mi pasión, y reportarme.
BEATRIZ: Yo diré de que suerte
se podrá disponer, para no hacerte
mal tercio y para hallarme
aquí, porque sintiera el ausentarme
sin que el efecto viera
que deseo.
ÁNGELA: Pues di, ¿de qué manera?

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