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que así a alborotarnos vienes?
JUAN: Respóndeme tú primero.
Angela, ¿qué traje es ése?
ÁNGELA: De mis penas y tristezas
es causa el mirarme siempre
llena de luto, y vestirme,
por ver si hay con que me alegre,
estas galas.
JUAN: No lo dudo;
que tristezas de mujeres
bien con galas se remedian,
bien con joyas convalecen,
si bien me parece que es
un cuidado impertinente.
ÁNGELA: ¿Qué importa que así me vista
donde nadie llegue a verme?
JUAN: Dime, ¿volvióse Beatriz
a su casa?
ÁNGELA: Cuerdamente.
Su padre, por mejor medio
en paz su enojo convierte.
JUAN: Yo no quise saber más
para ir a ver si pudiese
verla y hablarla esta noche.
Quédate con Dios, y advierte
que ya no es tuyo ese traje.
Vase
ÁNGELA: Vaya Dios contigo, y vete.
Sale BEATRIZ
Cierra esa puerta, Beatriz.
BEATRIZ: Bien hemos salido de este
susto. A buscarme tu hermano
va.
ÁNGELA: Ya, hasta que se sosiegue
más la casa y don Manuel
vuelva de su cuarto a verme,
para ser menos sentidas
entremos a este retrete.
BEATRIZ: Si esto te sucede bien
te llaman la dama duende.
Vanse. Salen por el alacena don MANUEL e
ISABEL
ISABEL: Aquí has de quedarte, y mira
que no hagas ruido, que pueden
sentirte.
MANUEL: Un mármol seré.
ISABEL: (Quieran los cielos que acierte Aparte
a cerrar; que estoy turbada.)
Vase [cerrando el alacena detrás]
MANUEL: Oh, ¿a cuánto, cielos, se atreve
quien se atreve a entrar en parte
donde ni alcanza. ni entiende,
que daños se le aperciben,
que riesgos se le previenen?
Venme aquí a mí en una casa
que dueño tan notable tiene,
¡de excelencia por lo menos!,
lleno de asombros crüeles,