Las armas de la hermosura (Pedro Calderón de la Barca) Libros Clásicos

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pero echándole de sí,
eligió en plebe y nobleza
senadores y tribunos,
que en libertad la mantengan.
165 Sabinio, pues (porque el hilo
en la digresión no pierda),
procurando aprovechar
aquella vulgar sentencia
de ser sin cabeza un pueblo
170 monstruo de muchas cabezas,
en una parte y en otra
viendo también cuán ajena
Roma de sus altos triunfos
deleitosamente deja dedicada a los deleites
175 de ser campaña de Marte
por ser de Cupido selva,
a repetidas instancias
de la soberana Astrea
(que, celtíbera española,
180 desde el día que, deshechas
sus gentes, volvió su esposo,
ni él ni nadie llegó a verla
o sin lágrimas los ojos
o el semblante sin tristeza),
185 secretas levas dispuso; reclutamiento de soldados
pero como esto de levas
es mina que por el más

breve resquicio revienta,
al Senado sus vislumbres
190 llegaron en humo envueltas;
de suerte que, al inquirirse,
si eran ciertas o no ciertas,
a mí, que por más servicios
nombró en la elección primera
195 del pueblo primer tribuno,
me dio orden de que füera
a informarme, disfrazado
en nombre, en traje y en lengua,
del estado y del designio;
200 con que a poca diligencia
pudo informarme mejor
la vista que la cautela;
que enmudecen los ardides
donde hablan las evidencias.
205 A toda Sabinia hallé,
sin recato de que sea
contra Roma la jornada,
no tan sólo en arma puesta,
pero en marcha; a cuyo efecto
210 estaban pasando muestra
de militares pertrechos
todas las campañas llenas.

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