Página 18 de 53
que recibí en el camino
para que conmigo venga
a buscarte algún regalo
en tanto que pides treguas
con blando sueño al cansancio?
Sale PEDRO
JUANA: Ya él a nuestra vista llega.
PEDRO: ¿Qué es, señor, lo que me mandas?
MANUEL: Que tú conmigo te vengas
por San Lúcar.-- Tú, mi bien,
retírate donde puedas
descansar.
JUANA: Aquí estaré
llorando tu breve ausencia.
Vase
MANUEL: Presto volveré a adorarte.--
Parece que esta tristeza,
adivina del pesar
que tengo de darla, empieza
a hacer tales sentimientos.
PEDRO: ¿Cómo hacer pesar intentas
a una mujer a quien debes
tan peregrinas finezas?
Que, aunque es verdad que yo soy
criado tan nuevo que apenas
conoces por tal, pues sólo
ha dos días que me entregas
secretos tuyos, he visto
en mil amorosas muestras
obligaciones muy grandes.
MANUEL: No puedo negar la deuda;
mas, Pedro, a fuerza del hado
no hay humana resistencia.
Huyendo de Portugal,
pasé a Galicia, y voy de ella
huyendo a la Andalucía.
Cosas son que el cielo ordena.
No vengo a quedarme aquí;
que tampoco en esta tierra
mi persona está segura,
sino, sirviendo en la guerra,
pasar en esta ocasión
por esa inconstante selva
de espuma y sal a las islas
del norte. ¡Los cielos quieran,
besen sus doradas torres
las católicas banderas!
Listarme quiero, y soldado
guardar la vida a quien cercan
tantas desdichas. Yo apuesto
que tú ahora entre ti piensas
que el dejar aquesta dama
será con infame afrenta
de su honor, poniendo a riesgo
su hermosura con mi ausencia.
Pues no ha de ser de esa suerte,
sino dejándola quieta
y segura en un convento
de San Lúcar donde tenga,
en tanto que vuelvo yo,
aunque es muy poca, mi hacienda;
que a mí la espada me basta.