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fue de mi vida ocasión.
En esta nave escondido
estuve, hasta que el veloz
monstruo del viento y del agua
los piélagos dividió
de Neptuno. ¡Injusto engaño
de la vida! O su pasión
no dé por infame al hombre
que sufre su deshonor,
o le dé por disculpado
si se venga; que es error
dar a la afrenta castigo,
y no al castigo perdón.
Hoy he llegado a Lisboa,
adonde tan pobre estoy,
que no osaba entrar en ella.
Éstas mis fortunas son,
ya no tristes, sino alegres,
pues me dieron ocasión
de llegar a vuestros brazos.
Éstos mil veces os doy,
si un hombre tan infelice
puede merecer de vos,
¡oh gran don Lope de Almeida!,
tal merced, honra y favor.
DON LOPE. Atentamente escuché,
don Juan de Silva, las quejas,
que en lágrimas anegadas
dais desde el pecho a la lengua,
y atentamente he pensado
que no hay opinión que pueda,
por más sutil que discurra,
tener dudosa la vuestra.
¿Quién, en naciendo, no vive
sujeto a las inclemencias
del tiempo y de la fortuna?
¿Quién se libra, quién se excepta
de una intención mal segura,
de un pecho doble, que alienta
la ponzoña de una mano
y el veneno de una lengua?
Ninguno. Sólo dichoso
puede llamarse el que deja,
como vos, limpio su honor
y castigada su ofensa.
Honrado estáis: negras sombras
no deslustren, no oscurezcan
vuestro honor antiguo, y hoy
en nuestra amistad se vea
la virtud de aquellas plantas,
tan conformemente opuestas,
que una con calor consume,
y otra con frialdad penetra,