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que con luz hermosa y nueva,
para su limpieza prueba
ser luciente hijo del sol,
viene por testigo aquí.
Toma el diamante. (Dásele.)
DOÑA LEONOR. (Ap.) ¿Qué veo?
¡Cielos!
D. BERNARDINO. Dime...
DOÑA LEONOR. (Ap.) Aún no lo creo.
D. BERNARDINO. Si ha de llegar.
DOÑALEONOR. (Ap.) (¡Hay de mi!
Este diamante es el mismo...)
Dile que llegue. - ¡ Sirena!
( Apártase Don Bernardino).
(Ap.) (Sáqueme amor desta pena,
deste encanto, deste abismo.)
Este diamante que ves,
luz que con el sol la mides,
di a don Luis de Benavides.
Prensa mía y suya es.
O mis lágrimas me ciegan,
o es el mismo. Hoy sabré yo
cómo a mis manos volvió.
SIRENA. Disimula, que ya llegan.
(Llega Don Luis).
DON LUIS. Yo soy, hermosa señora...
DOÑA LEONOR. (Ap.) Alma de la pena mía,
cuerpo de mi fantasía.
SIRENA. (Ap. a ella.) Disimula y calla ahora;
que ya veo la razón
que tienes para admirarte.
DON LUIS. Yo soy quien en esta parte
piensa lograr la ocasión,
habiendo a tiempo llegado
en que pueda mi deseo
hacer el feliz empleo
tantos años esperado.
Traigo joyas que vender
de innumerable riqueza;
y entre otras, una firmeza
sé que os ha de parecer
bien; porque della sospecho
que adorne esa bizarría,
si es que la firmeza mía
llega a verse en vuestro pecho.
Un Cupido de diamantes
traigo de grande valor;
que quise hacer al amor
yo de piedras semejantes,
porque labrándole así,
cuando alguno le culpase
de vario y fácil, le hallase
firme solamente en mí.
Un corazón traigo, en quien
no hay piedra falsa ninguna:
sortijas bellas, y en una